sábado, 30 de abril de 2011

Carta abierta a los usuarios de los servicios de Urgencias


Amigos no-médicos, que habéis llegado a este mi humilde blog desde mi feisbuc, otro blog o un link en cualquier página porno sitio, hoy me dirijo a vosotros, que seguramente habréis tenido o tendréis que hacer uso del servicio de Urgencias de vuestro hospital más cercano en algún momento de vuestra vida, para daros algún que otro consejo que nos hará dicho momento más llevadero a todos:

1.- Si vuestra dolencia puede esperar a que acabe el Madrid-Barça, la Semana Santa, la Feria, el Hannukah o el episodio de Arrayán, no es una urgencia.

2.- Si vuestra dolencia es de largo tiempo de evolución y decidís pasaros el día X por las Urgencias porque hace bueno, tenéis a alguien ingresado y queréis que os hagan un chequeo para matar el tiempo o porque os pilla de camino al Mercadona , no es una urgencia.

3.- Si el abuelo vive en casa y tiene siempre "sus cosillas", no os déis cuenta de que este está "gravemente" enfermo justo antes de vacaciones "por casualidad". Ni el hospital es una residencia ni dicho abuelo se merece eso.

4.- Si algún día lleváis a dicho abuelo al hospital y sabéis que toma setenta y siete pastillas al día, haced el favor de llevar más o menos apuntado el tratamiento para facilitar un poco la tarea al médico. Ojo, digo más o menos, no pido que os pongáis a escribir qué, a qué dosis y a qué hora y minuto del día lo toma; simplemente el hecho de que cojáis una bolsita y echéis las cajitas de los fármacos ahí nos ayuda. Que luego se hace pesadete tener que estar consultando con un traductor checoslovaco para entender los nombres de medicamentos que decís que toma el susodicho abuelo.

5.- No por mucho abrirnos la puerta mientras estamos con otro paciente os atenderemos más temprano. Menos aún si cada vez que salimos de la consulta nos perseguís por el pasillo hasta casi meteros en el baño con nosotros para preguntarnos cuándo os vamos a llamar o cuándo saldrá el resultado de la prueba. Una vez me persiguió un paciente en silla de ruedas que se ponía a girar en círculos alrededor mío cada vez que me paraba (imaginadlo con la música de Tiburón de fondo). No sé mis compañeros, pero yo para evitar esto aclaro una vez pido las pruebas el tiempo aproximado que van a tardar y si no he llamado antes, no es porque me haya olvidado, esté pintándome las uñas o comiendo pipas, es que o no han salido los resultados o no he tenido tiempo material para hacerlo.

                     5.1.- Tampoco vamos a atenderos antes porque nos amenacéis con denunciarnos.

6.- Si véis que hay un paciente que ha entrado después que vosotros pero es atendido antes, es porque está más urgente, no porque le caigáis mal al médico correspondiente o porque los astros no os sonrían ese día.

7.- Aunque suene a perogrullo, por favor, un poquito de higiene. Si vienes a urgencias porque te duele el tobillo, no pido que vengas con el pie exfoliado, perfumado con Chanel nº5 y las uñas con incrustaciones de cristales de Swaroski, pero qué mínimo que un lavado para que no atufe la consulta cual almacén de García Baquero.


 

 Perdonad si mi tono es un tanto resentido, pero estoy saliente de una guardia bastante mala, y no por la gravedad, sino por el número de pacientes que acudieron por una "no-urgencia". Gracias por leerme y más gracias aún si aceptáis dichos consejos. 


 Besitos, abrazos, palmaditas en el culo y hasta la próxima.

lunes, 25 de abril de 2011

Un cuento

 (del epílogo de "Vivir es un asunto urgente",
de Mario Alonso Puig, cirujano y conferenciante)


 En una ocasión, el señor de las Tinieblas convocó en su tenebroso palacio a los más encarnizados enemigos del hombre y se dirigió a ellos de la siguiente manera:

- Llevo miles de años intentando destruir al hombre, acabar con su existencia. Para ello he creado todo tipo de conflictos y guerras, pero cuando parecía que al final lograba lo que tanto anhelo, aparecía Él y evitaba que el ser humano desapareciera de este planeta. A veces aparecía disfrazado de sonrisa, otras de una mano amiga e incluso a veces de una simple palabra de consuelo; sin embargo, a mí nunca me engañó porque siempre supe que tras los mil disfraces se ocultaba mi más temible enemigo, el Amor. Entregaré la mitad de mi reino a aquel de vosotros que me traiga el cadáver del Amor entre sus brazos.


Murmullos y aullidos se escucharon en aquel salón oscuro. De repente, uno de aquellos siniestros personajes se abrió paso a golpes entre la multitud, se postró ante el Señor de las Tinieblas y gritó:


- Gran Señor, yo soy quien te traerá el cadáver del Amor entre mis brazos, ya que yo soy su enemigo natural, el Odio.


Al oír aquellas palabras, el Señor de las Tinieblas respondió entusiasmado:


- Ve, amigo mío. Haz mi sueño realidad y gozarás de la mitad de todo mi reino.

 
 En una esquina de aquel salón, oculto tras una columna, un personaje vestido de negro y con un gran sombrero que le tapaba el rostro, esbozó una extraña sonrisa.

  El Odio partió ante la envidia de muchos. Los años pasaron y el Odio regresó cabizbajo y ante el Señor de las Tinieblas manifestó su incomprensible derrota:


- No lo entiendo, gran señor, he creado desavenencias, malentendidos y todo tipo de agravios y, cuando parecía que mi triunfo estaba cercano, aparecía Él y al final todo lo suavizaba, todo lo arreglaba.


  Tras el Odio fueron la Pereza, la Rutina, la Desesperanza y muchos de los peores enemigos del hombre y, sin embargo, todos ellos al final fracasaron. El Señor de las Tinieblas, al ver que ninguno de aquellos seres era capaz de lograr lo que él tanto anhelaba, cayó en una depresión profunda, hasta que súbitamente se abrió paso entre la multitud aquel silencioso personaje que vestía de negro y tenía un sombrero que le tapaba el rostro. Con gesto altivo se dirigió al Señor de las Tinieblas:


- Yo soy quien te traerá el cadáver del Amor entre mis brazos.


El Señor de las Tinieblas lo miró con desprecio y se dirigió a él con desagrado:


- Todos antes que tú han fracasado, y tú, a quién ni siquiera conozco, pretendes triunfar. No me importunes, estás perdido.


  Aquel extraño personaje se apartó y partió. Pasaron los años y un día, de repente, se presentó ante el Señor de las Tinieblas con el cadáver del Amor entre sus brazos. El Señor de las Tinieblas pegó un salto y se incorporó incrédulo ante lo que contemplaban sus ojos:


- Lo has logrado, has conseguido lo imposible. Tuya es la mitad de mi reino. Pero, amigo mío, por favor, antes de partir dime quién eres.


Aquel personaje se quitó solemnemente su gran sombrero, y con un susurro que, sin embargo, hizo temblar a todos los presentes, dijo:


- Yo soy el Miedo.


sábado, 16 de abril de 2011

Cinco cosas (más o menos tontorronas) que me gustan/disgustan de ser médico.

Me gusta:

1.- El olor del Sterilium. Es un vicio.
2.- Que me llamen "Doctora", no por lo pomposo ni por elitismos chorras, simplemente no estoy acostumbrada aún y me hace gracia oirlo.
3.- Las guardias en buena compañía. El estrés, los sudores, el globo vesical que se te forma y la hiperseborrea en piel y cuero cabelludo se hacen algo más llevaderos (después de leer esto más de uno arderá en deseos de meterme mano recién salida de una guardia).
4.- Mi fonendo. Aunque dentro de no mucho lo dejaré aparcado, no significa que me vaya a olvidar de él. Recuerdo cuando fui a comprarlo, en 3º de carrera: los 92 euracos que costó, la indecisión de si burdeos, naranja butanero, celeste metalizado o azul caribeño (al final ganó este último); y la primera vez que lo usé, conmigo misma, pensando luego "Madredelamorhermoso, ¡voy a morir!" (en esos momentos no era consciente de que la taquicardia in extremis es algo normal en mi).
5.- Los salientes de guardia de Psiquiatría: normalmente descansada, eufórica, hiperverborreica (más aún) e hiperfágica (pero hiperfagia selectiva: alimentos hipercalóricos, de los que sólo con mirarlos coges un par de kilos, por favor). En definitiva: en fase hipomaníaca.

 Me disgustan:

1.- Mi pijama y batas del hospital. El pijama, porque al ser de escote en pico tengo que llevar otra camiseta debajo para no enseñar media teta a los pacientes mientras los exploro (en esto caí pasado un tiempo...), y porque tienes las mangas muy largas y arremangándomelas parezco Marc Lenders. La bata, porque todas las de la talla SP (superputapequeña) traen la sisa a la altura de la cintura, y si la llevo abrochada no puedo levantar los brazos, con lo necesario que es en medio de una guardia alzar los brazos al cielo y clamar a Satán Jesús Nuestro Señor.
2.- Que los guantes de la talla S me queden cortos y los de la M anchos. Así no hay quien desobstruya un fecaloma, coñe.
3.- La comida del hospital. ¿Tanto cuesta hacer un plato que no chorree aceite? Creo que en ese comedor hasta la fruta lleva aceite.
4.- El descontrol aire acondicionado/frío polar o calefacción/hogueras del infierno que hay en las consultas y dormitorios.
5.- Los salientes de guardia de puerta. Aparte de la hiperseborrea en cara y cuero cabelludo comentada anteriormente (lo repito para que os enamoréis más aún de mi, si cabe), te altera los ritmos circadianos, la vida en general y el hábito intestinal en particular (querría ver yo a José Coronado anunciando los bifidus después de un triplete de guardia... ¡já!).

sábado, 9 de abril de 2011

Crisis

 Ese término tan de moda. Según la RAE, noble institución que va perdiendo credibilidad a pasos de gigante:

Crisis. 
(Del lat. crisis, y este del gr. κρίσις).

 1. f. Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.

 2. f. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.
 
 3. f. Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese.
 4. f. Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes.
 
 5. f. Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente.
 6. f. Escasez, carestía.
 
 7. f. Situación dificultosa o complicada.

 En definitiva, una crisis es un cambio brusco, algo que suele generar incertidumbre al no saber qué vendrá después o si la situación es reversible. Hay muchos tipos y muchos contextos en los que se puede dar una crisis: la -desgraciadamente- famosa crisis económica por la que estamos pasando tantos países, la situación de crisis de un paciente (a nivel orgánico o a nivel mental) o una crisis vital. Por ser algo por lo que he estado/estoy pasando, voy a centrarme en esta última (así dejo un poquito de hablaros de MIRicina y no entro en jaleos de política).


 Desde hace aproximadamente un año para acá, mi vida ha experimentado varios cambios: he empezado a trabajar, terminé una relación estable, he conocido mucha gente nueva, asumido nuevas responsabilidades... Mi problema es que no lo he digerido poquito a poco, dándome tiempo a adaptarme, sino que han pasado varios meses con todo un poco en el aire (la persona con que terminé la relación seguía a casi 2.000 km, estaba en rotatorios que no eran de mi especialidad...), cuando, sin darme cuenta, todo apareció de repente: me encontraba con que hacía ya medio año desde que había empezado la residencia, tenía que ponerme las pilas ya que por fin entraba de lleno en Salud Mental, la susodicha persona pasó de estar a 2.000 km a apenas 500 metros, en las guardias propias de especialidad comenzaban a exigirme cada vez más, falleció mi abuela, a la que, con toda la vorágine y locura de cambios de rotatorios, guardias y demás, no me dió tiempo "a llorar" cuando debía... podéis suponer, los que no lo sepáis ya, que terminé colapsando. No voy a negar que lo pasé mal, pero, sinceramente, pienso que ha sido necesario. 
 Cuando colapsé, tuve que poner el "Off" en mi vida, o más bien pulsar el botón de "Reset". Me di cuenta de que tenía que pegar un giro de 180º para poder seguir adelante, para no bloquearme hablando con un paciente en presencia de un adjunto, para no repetir la misma historia cuando comience una nueva relación, para descargar lo que no había descargado en su momento. Lloré, tuve cambios de ánimo brutales dentro de un mismo día, pasé de la gente durante una buena temporada. No pensé mucho en nada en concreto. Dejé que mi ánimo y mis tensiones se equilibraran, y a partir de ahí empezar de nuevo, encauzar mi vida. Mi tutor, cuando fui a verle en pleno colapso, me dijo que esta crisis me ayudaría, tanto a nivel personal como a nivel profesional. Y no se equivocaba. A nivel personal porque, como suele decir mi madre -por duro que suene- "En la vida se aprende a base de palos". En lo profesional, porque por mucho que estudies, por mucho que te enseñen tus tutores y por muchos libros que compres, hasta que no estás "en el otro lado" no puedes llegar a comprender totalmente lo que siente alguien que a nivel anímico/emocional/mental está realmente mal. 
 Ahora mismo, no os voy a mentir, sigo con muchas cositas en el aire y sigo en ese proceso de encauzar mi vida. Más centrada, sí, pero la almagama de guardias, cursos y demás hacen difícil el sentarte y ponerte a estudiar en serio "lo tuyo". Más estable a nivel personal, pero también -no sé si para bien o para mal- más endurecida. Cada vez voy teniendo más responsabilidades en el trabajo, tarde o temprano aparecerá alguien con quien pueda plantearme una relación, sufriré nuevas pérdidas e imprevistos... en definitiva: los cambios repentinos, las crisis, pueden volver. Pero todo lo pasado en estos últimos meses me ha hecho fuerte o, más bien, me ha ayudado a evolucionar. 

 Para terminar, y citando a la resabida Lisa en un episodio de "Los Simpson": en el idioma chino, la palabra crisis está formada por dos ideogramas, que por separado significan "pérdida" y "oportunidad". En mi caso ha sido así: una serie de pérdidas y cambios han dado paso a nuevas oportunidades; por lo que si alguno de vosotros ha pasado/está pasando por algo parecido, dejad que pase, no "enloquezcáis" con la incertidumbre, haced un reseteo, mirad las cosas desde otra perspectiva y aprovechad ese cambio.

 Everybody's changing, Lily Allen (versionando a Keane)

Besitos, abrazos, palmaditas en el culo y hasta la próxima.

martes, 5 de abril de 2011

De elecciones y electores (MIR, mi psiquiatra me tiene prohibido hablar de política)

 Lectores kapowskianos, ayer comenzaron los actos de asignación de plaza MIR  y, viendo lo escogido y lo escogible, me han venido ideas para un par de entradas o una mu larga, pero no quiero mezclar cosas y que os sangre el lóbulo parietal izquierdo; así que me decanto por la primera opción y hoy os voy a contar cómo fue mi experiencia (religiosa) del día de la elección, previos y posteriores. Comencemos...

(musiquilla de cuento feliz)

 Corría el año 2010, a mediados de abril si la memoria no me falla, cuando la señorita Kapowski aquí escribiente y su señorita hermana cogieron rumbo a Madrid con sus maletitas y un tocho de folios con las plazas disponibles y que me interesaban encima. Como ya os conté hace un par de entradas, mi idea inicial era escoger Medicina Interna y no en Sevilla, ni siquiera en Andalucía. De hecho casi llego al cabo Finisterre buscando hospitales para hacerla. Tuve la suerte de ser la primera de mi día en escoger, por lo que cuando se cerró el turno del día anterior ya sabía a qué podía optar. Quedaban muchas plazas de Interna, una ó dos de ellas en Sevilla, y la de Psiquiatría de Valme (der Varme, perdón). A mi se me había abierto un par de días antes ese claro celestial en mi mente que ya os comenté, y estaba decidida a escoger Psiquiatría, ya fuera en Sevilla, en Málaga o en el faro del susodicho cabo Finisterre; pero el hecho de haber estado unos 3-4 meses pensando en coger Interna e informándome sólo acerca de ella, y sumado a que soy lo más dubitativo de this world, pues me chirriaba en la mollera. La noche antes me telefonearon mis señores padres, ya sapientes de las plazas que había. Mi señora madre, esa buena mujer que cuando se enfada conmigo me dice cariñosamente "hija de la gran puta sin ser yo puta", estaba más contenta que unas castañuelas viendo que quedaba Interna en Sevilla (normal, no quería que yo me alejase mucho, soy asquerosa adorable) y yo les expuse mi duda entre eso y Psiquiatría. Pase la noche bien, tranquila, porque realmente esa duda era inexistente, y cuando me levanté el día P (de plaza y de psiquiatría), mi hermana y mi tía (otra gran mujer, que apenas alcanza el metro y medio y que en una ocasión se lió a golpes contra un atracador con una barra de pan) me miraron expectantes y preguntaron: "¿Qué, qué va a ser?", yo les dije tan pancha "Pos Psiquiatría, qué va a ser" (gran diálogo para un gran momento). Cogimos el autobús hacia el Ministerio de Sanidad con bastante antelación (que soy la primera, leñe, que no aparezca un listo ni un rezagao y me birle lo que es mío!) y nos plantamos en la puerta a la espera de que aquéllo comenzara. Empezó a llenarse de gente, muchas caras conocidas, varios amigos ("¿Qué, sabes ya lo que vas a coger?""No, no..." <- mentira podrida, que estábamos todos callados como p*tas para evitar que nos robaran nuestro teeesooroooo), y una señora comenzó a decir los nombres por orden numérico para que fuésemos entrando en la sala. Al ser yo la primera, tuve que esperar que se llenara por completo, unas 350 personas. En esos momento ya sí que me encontraba algo tensa, pero no por la elección en sí, sino una tensión vesical, y es que, hablando en plata, me meaba de mala manera. Por fin se llenó la dichosa sala, pero allí no aparecía nadie (nadie de los que tenía que dirigir el cotarro, me refiero). Cinco minutos, diez minutos, veinte... no sé cuánto tiempo fue realmente, pero para mi y para mi vejiga se hizo eterno. Cuando, por fin, aparecen los "dirigentes del cotarro", empiezan explicándonos cómo se va a realizar el acto de asignación. Otros diez, quince, veinte minutos, 19 días y 500 noches, de sufrimiento para mi ya evidente globo vesical. Me agarraba fuertemente a mi asiento, mi compañera me sonreía tímidamente en plan "¿Le meto un orfidal debajo de la lengua o se lo tomará a mal?", la señora dirigente del cotarro no paraba de hablar. Por fin de los porfines empezó la cosa, y casi antes de que acabaran de decir mi nombre y número ya había volado o me había teletransportado detrás del señor del ordenador.  

- "Psrerweifrnncvblbciurbajhtía en Vabdikwbekrme", tuve que decir, apretando mis piernas en un intento de no desatar las cataratas del Niágara allí mismo. 
- "¿Perdona?" me preguntó el buen señor del ordenador. 
- "PSI-QUIA-TRÍ-A-EN-VAL-ME-SE-VI-LLA", logré vocalizar.

 Lo anunciaron por megafonía (algo así como un bingo satánico para el resto de los electores allí presentes) y yo salí a la velocidad de la luz de la sala, cogí los papeles y el librito que me dio una chica, balbuceé algo como "gracias" a un señor que me felicitó, localicé el baño y... aaahh... ya era feliz. Espera, espera, ¿qué he cogido?. Ni en ese momento ni, hasta mucho después, fui consciente. Salí del Ministerio, mi hermana me felicitó, esperé a que saliesen mis amigos y conocidos y nos fuimos a visitar una exposición del Museo Thyssen, pa que se viera que aparte de médicos éramos gente culta e interesante. Después de eso, buscamos un Burger King pa ponernos cerdos, que es lo que pega en estas ocasiones y fiestas de guardar (sobre todo después del Museo Thyssen), y echamos la tarde en el Jardín Botánico de Madrid (gran idea para una alérgica en mitad de la primavera, sí señor). Al día siguiente regresé a mi home sweet home, mi familia me felicitó, mis padres como locos llamando a toda la parentela, venga a leer mensajes en el tuenti/feisbu ("tíaaaa, psiquiatríaaaaa, lo que tú siempre queríííaaassss!" , "nos curarás a todos""qué gracia que tú escojas psiquiatría" <- este último fue el más repetido). Como ya he dicho, ahí tampoco era muy consciente de lo que había escogido. Estaba tan hecha a la idea de que me iba al norte a pasar frío y a volverme internista que no sabía cómo debía sentirme, ¿mal? ¿bien? ¿aliviada? ¿aterrorizada?. Al cabo de unos días me presenté en el hospital, y conocí a las que dentro de poco serán mis R4, a algún adjunto y a algún que otro paciente ("¡Señorita, tiene usté un cigarrito, eeh, eeh, señoriitaa!"), me comentaron (mis R grandes, no los pacientes) que el que iba a ser mi tutor de la residencia estaba en un sitio llamado El Tomillar, así que me informé sobre cómo llegar y me planté allí al día siguiente. Mi primer pensamiento al bajar del autobus y ver aquéllo fue "¿Pero esto qué es? ¿Un cortijo?", y es que entre tanto olivo y el aspecto del hospitalito, faltaba Curro Jiménez con su trabuco para completar el cuadro. Me perdí, a pesar de que el sitio es pequeño (me pierdo hasta en mi cuarto) y al fin localicé la unidad de Salud Mental. Conocí a mi tutor, yo algo cortada, él un señor simpático que me infundía respeto y que me dijo que para estar en esta especialidad me tenía que gustar hablar (algo a lo que mi madre comentó: "No sabe ese hombre a quién le ha dicho eso"), y vuelta a casa. 

(fin de la musiquilla de cuento)
 
 Y esa fue mi experiencia. Ahora, un año después y sintiéndome vieja porque ya tengo un residente pequeño, recuerdo esos días como bastante gratos y, sobre todo, con mucha incertidumbre. Incertidumbre que aún tengo, me veo vieja, sí, pero también muy "verdecita"; y sé que el mundo de la Psiquiatría es taaaaan amplio que apenas sí he comenzado a descubrirlo. De lo que sí estoy segura es que si a día de hoy me dieran a escoger de nuevo entre todas las especialidades posibles en cualquier lugar, seguiría escogiendo esto. Por eso, y ya para terminar (síííí, por fin, esta entrada acabaaaa! al que haya llegado le doy un minipunto), un consejo por si por casualidades de la vida algún pre-elector MIR lee esto: no os guiéis por la numeritis y escoged con el corazón.



 Besiños, abrazos, palmaditas en el culo y hasta la próxima.