martes, 26 de junio de 2012

Nos vamos a pique

 Raro en mi, estoy actualizando a escasos días de la última entrada. Por un lado supongo que por la verborrea producto de la descarga tras la ansiedad de haber expuesto esta mañana una sesión clínica y por otro, y sobre todo, porque el panorama del presente y futuro sanitario me parece alarmante. No me gusta hacer demagogia, ni eso de escribir sobre el tema porque está de moda quejarse porque sí. De hecho, nunca me he metido en estos temas; me considero apolítica, en el sentido de que, sinceramente, nunca me ha interesado esto (sí, sé que no debería ser así) y, siendo más sinceros aún, tampoco entiendo de ello como para tratar el tema en profundidad. De lo que sí que puedo hablar es de cómo me afectan los cambios que se están produciendo, tanto a nivel personal como a lo que veo y vivo con los pacientes en mi día a día.

 Comenzaré hablando de los famosos recortes en el sueldo que estamos sufriendo el personal sanitario (sé que otros trabajadores también, pero ya he dicho que me voy a centrar en lo que puedo tratar desde mi punto de vista). En mi caso y por suerte, no tengo problemas a nivel económico. Pero no porque cobre un sueldazo precisamente, cosa que ya he discutido en alguna que otra ocasión con amigos y conocidos que me sueltan de cuando en cuando la típica frase de "los médicos estáis montados en el dólar". No, si no estoy en una mala situación es porque, por suerte, mis padres continúan trabajando o cobrando la jubilación respectivamente (con sus respectivos recortes también, faltaría más) y porque no tengo necesidad de hacer gastos excesivos en mis circunstancias vitales actuales. A esos amigos, conocidos y lectores variopintos que repetís la dichosita frase de la maravillosa situación económica del médico, os detallo: mi sueldo base es de unos 1100 euros. Todos los meses me descuentan (hacienda, impuestos varios que no sé de donde sacan y Rita la Cantaora, cosa totalmente sinsentido porque, que yo sepa, ni soy muchimillonaria ni dispongo de tierras y fincas a lo largo y ancho de la campiña andaluza) unos 300 euros, con lo que mi sueldo base realmente es de 800 euros. Oh, sí, es posible: soy médico y no soy ni mileurista. Si cobro como para vivir es gracias a las guardias, y eso haciendo unas 5 al mes. "Pero, ¡por dios santo! -habrán exclamado esa chusma denominada clase política- ¿cómo vamos a permitir que un joven, después de 6 años partiéndose los cuernos estudiando, otro año re-partiéndoselos para el MIR y otros 4-5 años de especialidad cobre como para vivir dignamente? No, no. Esto no puede ser". ¿Solución? Aparte de reducirnos un pico considerable el sueldo (un tanto por ciento curioso de lo que cobramos por guardia, que, repito, es en la mayoría de las ocasiones lo que nos "salva" el mes; reducción o eliminación de pagas extras, etc.), aparte de esto: nos limitan el número de guardias. En mi hospital, a la mayoría de especialidades nos las han limitado a 5 al mes. En el caso de los residentes de Medicina de Familia, a 4. Y ahora que alguien me diga cómo uno de estos últimos se paga con ese sueldo vivienda, comida, transporte, y, probablemente, tenga que contribuir con la familia (porque, recordemos: muchos de nuestros papis y mamis están en paro... y nosotros tenemos ventitantos o treintaypocos, ellos con cincuenta lo tienen más crudo). Por supuesto, a cambio de esto nos ofrecen un regalito: aumentar el número de horas de trabajo. Así, si tenemos que hacer tardes o sábados como jornadas laborales normales y después tenemos guardia, éstas nos las pagan en menor cantidad ya que las horas de "guardia de sábado" serían menores.
 Voy a continuar rompiendo una lanza a favor de los Médicos de Familia y los residentes de esta especialidad. Por si no lo sabéis, tanto en mi área hospitalaria como en otras han sustituido, en muchos casos, en las guardias de Centros de Salud de los pueblos a algunos Médicos de Familia por residentes. ¿Por qué? Pues porque les sale más barato, claro está. ¿Y en qué se traduce esto? Pues en un aumento en la tasa de paro de los médicos que han finalizado esta especialidad y a los que ya no contratan para cubrir esas guardias y en que, en mi opinión (aquí algunos podéis estar en desacuerdo... bueno, aquí o en cualquier parte de mis parrafacos) la asistencia sanitaria se resiente. No es lo mismo que te atienda un R2 de familia a que lo haga un médico adjunto. Al R2, de lógica, por falta de experiencia y de conocimientos, se le escaparán más cosas y se verá obligado en más ocasiones a derivar al paciente a las Urgencias del Hospital, con el consiguiente colapso de las mismas. Y tenemos la pescadilla que se muerde la cola: a más derivaciones, más colapso y peor asistencia al paciente.

 Y ya, ya... lo siento porque, aunque nunca me he considerado fina y delicada en mi lenguaje, ahora voy a ser directamente soez: "señores" políticos, ustedes y los de su calaña han producido en mis órganos genitales una transformación a mis 26 añitos de edad. ¿Qué por qué? PORQUE ME ESTÁN TOCANDO USTEDES LOS COJONES.

(¡Dra. Kapowski! Póngase usted una ampollita de haloperidol y tómese un depakine, que está perdiendo las formas, buena moza)

¿Y a qué viene semejante frase, semejante vulgaridad que supone una fea mancha en este mi wonderful y divino blog? Pues porque voy a hablar ahora del tema que no me toca a mi directamente, pero sí que toca a la gente con la que trato día a día y que son, por desgracia, los más perjudicados: los pacientes.
 Hace unos meses leí la noticia de que la viceconsejera de Sanidad de Madrid comentó que los pacientes crónicos no deben favorecerse de la Seguridad Social. Señora viceconsejera, en mi vida le he deseado el mal a nadie, pero con usted voy a hacer una excepción: me gustaría verle dentro de unos 20-30 años (suponiendo que ronde usted los 40-50 ahora) padeciendo cualquier tipo de dolencia crónica que requiera de cuidados continuos y que, por avatares del destino, no tenga usted el dinero suficiente como para pagarse una residencia o una asistencia sanitaria privada (que es, por supuesto, lo que están buscando ustedes). ¿Qué hará usted entonces, señora viceconsejera? Quizá la Ministra de Sanidad, Ana Mato, le pueda ayudar.  Ayer mismo leí la noticia de que nuestra ministra ha hecho las siguientes declaraciones: "sacaremos del vademecum aquellos principios de escaso valor terapéutico que se puedan sustituir por algo natural". Claaaaro, buena mujer. Y ya puestos, una vez publique ese vademecum, adjunte usted unas páginas amarillas con las direcciones y teléfonos de los mejores curanderos y chamanes de cada provincia, por si las moscas. No sé, supongo que ya que predica tanto usted con el naturismo, la próxima vez que vaya al hospital yo que sé, por una quemadura en un brazo, le podamos tratar con una mezcla de jaramagos y cardos borriqueros de los que crecen en la parcela de enfrente de mi casa y le cantemos el "Sana, sana, culito de la rana". Yo creo que así se cura seguro, seguro.
 Retomo lo comentado por la viceconsejera de Sanidad de Madrid. Esta señora no es la primera (ni la última) en hacer este tipo de declaraciones, claro está. La queridísima (¡amadísima!, diría yo) presidenta de dicha comunidad ya ha recortado en cosas tan necesarias como el transporte de pacientes discapacitados físicos a centros de tratamiento y rehabilitación ("ea, y de premio para cuando hayas aprendido a bajar al Metro con tus muletas o silla de ruedas, te casco una millonada por un abonito de 10 viajes"). 
 No me considero una santa ni una maravillosa persona, ni sé siquiera si soy buena médico. Lo que sí sé es que me importa la gente, y me importan mis pacientes, ya que por desgracia son de los más desfavorecidos en todos los sentidos y los que, viendo lo visto, van a seguir siéndolo. No disponemos de recursos residenciales suficientes ni adecuados para pacientes con trastornos mentales graves y/o crónicos sin recursos sociales o familiares. Si sí disponen de familia -¡benditas familias!- que alguien me diga cómo va a tirar palante la típica abuelita de 70 años que ha cuidado toda su vida de su hijo esquizofrénico (caso frecuente) cuando le quiten su ayuda por dependencia (que YA se la están quitando, esto es una realidad). Y qué va a ser de ese hijo cuando esta fallezca... pues va a ser lo mismo que con los abuelitos con patología crónica que no puedan pagarse sanidad privada, como otros muchos pacientes psiquiátricos sin recursos y como otras muchas personas, enfermas o no, sin ningún soporte social: acabarán tirados por la calle muriéndose de hambre o de algo peor.

 Y mientras, por supuesto, ni la clase política gobernante, ni la oposición, ni ninguno de estos "personajes", por llamarlos de manera suave, hacen el mínimo intento o esfuerzo (¿acaso les supondría un esfuerzo?) de privarse de comilonas, viajes pagados, séquito, coches oficiales, pagas vitalicias, pagas extras sin sentido, dietas y demás. Me dan asco. O fatiguita seca, que dirían los queridos pacientes de mi área.

 Para concluir, decir que, por suerte, aún me quedan un par de años para acabar la especialidad. En este tiempo puede ocurrir, siendo optimistas, que las cosas cambien para bien. Pero, siendo realistas, no lo creo. Por ello, puedo aprovechar este tiempo para aprender un idioma en condiciones o perfeccionar los que más o menos manejo y largarme de este país, no sin antes escribirles una nota a toda esta gentuza diciéndoles: "Gracias a vosotros la población española puede compararse perfectamente con los dos hemisferios del mundo: mientras la riqueza la manejan los pocos de arriba, los de abajo, gran mayoría, se mueren de hambre. Ahí os pudráis"

sábado, 23 de junio de 2012

De sexo y muerte

(pero no a la vez, la necrofilia no es una de mis aficiones... todavía)

 Haciendo un breve -"breve"- descanso del estudio del uso de psicofármacos en embarazo y lactancia, me he decidido a escribir acerca de estos temas que me vienen rondando últimamente en la cabeza y, sobre todo, del por qué son los grandes tabús (¿tabúes?¿tabuses?) de nuestra sociedad. Porque, por muy liberales que aparentemos ser, la sexualidad parece ser algo prohibido de nombrar. Está ahí, claro, pero quien se atreva a hablar de ello algo más de lo considerado "normal" es tildado de depravado, pervertido o de estar más salido que Alfredo Landa en Mallorca. Y ya sobre la muerte, mejor ni hablamos... eso mismo: ni hablamos. Algo inexplicable teniendo en cuenta que se trata de dos de nuestros instintos más básicos.
 Pues eso, parrafaquer en 3, 2, 1...

Sobre la muerte. Desde hace un mes y pico estoy realizando la rotación por Salud Mental de Enlace (para quien no sepa de qué va: visitar y realizar seguimiento a pacientes ingresados en otras plantas distintas a Psiquiatría, sean pacientes con patología psiquiátrica o no), y, para bien o para mal, tenemos bastante contacto con el proceso de enfermedad terminal y muerte. Esto me ha hecho ser consciente del manejo que tenemos las personas de este tema y de las angustias que nos genera, tanto al paciente, como a su familia, como a los propios profesionales sanitarios. En mi vida, por suerte, no he sufrido muchas pérdidas de personas allegadas, aunque sé que tarde o temprano tendré que enfrentarme a ello. Con lo que sí he tenido un contacto más personal ha sido con enfermedades graves o de mal pronóstico, y ahora, viéndolo de manera retrospectiva, me doy cuenta de lo "prohibido" que estaba (y está) hablar de eso en mi casa. En concreto, el caso del que hablo es de varios familiares con enfermedad de Alzheimer: una ya fallecida, otra con la enfermedad avanzada y otro en fases iniciales. En el primer caso, era muy niña y ni me enteré. Sólo sabía que mi tía "estaba mala" y que cada vez podíamos ir menos a visitarla. En los otros dos casos, que "están ahí" ahora mismo... bueno, pues sé lo que les ocurre y en qué estado se encuentran, pero porque he preguntado directamente. En casa es algo de lo que no se habla. Por un lado lo entiendo: es una enfermedad grave, conocemos el pronóstico y cómo van a ir evolucionando. Hablar de ello implica tenerlo más presente y, por tanto, que duela más. Pero... ¿por qué tiene que ser así? Creo que sería mucho más sano el hablar abiertamente del tema, comentarlo entre la familia y que no sea algo que, como ya he dicho que sucede en mi caso, está ahí y no puede ser nombrado. Esa es mi situación, pero día a día veo muchas similares o bastante más dramáticas. No son pocas las ocasiones en las que otros médicos nos solicitan valoración para abordar este tema, ya sea a petición de la familia, del paciente o del propio médico. Y, en casi todas esas ocasiones, nosotros no hacemos milagros, llegamos con nuestra psiquivarita mágica y ¡tachán! alegría, jolgorio y confeti para todos. No, lo que hacemos sencillamente es dar un apoyo: dejar que el paciente y/o la familia expresen qué es lo que sienten, que lo pongan en palabras y darles a entender que esos sentimientos son normales y no deben guardárselos. La mayoría de las veces nos genera más angustia el cómo dar la mala noticia y la decisión de darla o no que la propia noticia en sí. Yo soy de la opinión de que todo paciente tiene derecho a conocer su diagnóstico y pronóstico. Por supuesto, hay excepciones: no sirve de mucho decirle a un abuelito demenciado y en fase terminal que le quedan 2 días de vida... probablemente los escasos momentos en los que esté lúcido esto sólo servirá para angustiarlo más aún. Pero eso: casos puntuales. En el resto de ellos, deberían saberlo. Saberlo y tener la oportunidad de expresar qué sienten, de llorar y de que alguien les permita llorar (¡a cuántos familiares/personal sanitario he escuchado decir: "¡pero no llores!"!) y de que se les permita también tener la oportunidad de dejar cerrados "sus asuntos": despedidas, reconciliaciones, últimos proyectos...
 Somos médicos, sí, y luchamos contra la muerte. Pero también debemos comprender que la muerte es una parte natural de la vida, y tenemos que hacer que los últimos días de una persona se vivan de la mejor manera y con la mayor naturalidad posible.

(esta última parte me ha quedado muy a lo monólogo de fin de capítulo de "Anatomía de Grey"... con la tirria que le tengo a la protagonista, ¡arg!)

Sobre el sexo (lo estabais deseando, eh, pillines?). La sociedad en la que vivimos varía entre la represión mojigata y la salidorrez, hablando en términos complejos psiquiátricos. Pongo nuevamente mi experiencia como ejemplo: yo me tiro hasta las farolas nunca he tenido una educación sexual propiamente dicha. Dos-tres charlas en el colegio e instituto, con sus risas de púberes-adolescentos granujientos de fondo y la típica señora haciendo la demostración poniendo un condón a un intento de molde de pene que más bien parece un plátano de Canarias (con manchas y todo... con este comentario parece que soy muy falo-exigente, ahora que lo pienso); en casa, nada. Ni la típica charla de las abejitas y la semillita. Para bien o para mal, desde que tengo uso de razón he visto porno leído todo lo que caía en mis manos, entonces en parte he aprendido por ahí y en parte por lo típico: las amistades, la tele, la Superpop y la Bravo (memorable ese apartado de "la postura de la semana", con posiciones que ni un acróbata del Circo del Sol untado en aceite podría hacer). Por suerte, creo que no tengo ideas extrañas en la cabeza sobre el tema, y no me importa hablar de ello abiertamente con quien sea. Esto sí que ha hecho que, con determinadas personas, me vea un poco cohibida por la actitud, comentarios o miradas de "tú lo que estás es más caliente que el queso de un San Jacobo". Repito lo que dije hace dos párrafos y tres cuartos: no entiendo por qué. ¿Qué hay más natural que el sexo? El no hablar de esto abiertamente da lugar a lo que he dicho: pasar de estar reprimido a estar depravado. Si en una casa se trata esto como algo totalmente prohibido ("¿que el niño se hace pajas? ¡atémosle las manos a la cama para que no se toque y no lo castigue el Señor!"), el adolescento en cuestión crecerá con la idea de que es algo malo y, cuando le llegue el momento de experimentarlo, o no sabrá qué hacer (ya que no conocerá su propio cuerpo) o lo vivirá como algo traumático o se bloqueará. En el lado contrario, pero por la misma causa: no se habla del tema en casa, pero ahí está internet y esas maravillosas series de instiputo tipo "Física o Química", donde te enseñan que lo normal a los 14 años es irte a una fiesta de petting después de haberte fumado 2 porros y bebido media botella de vodka del Mercadona tú solito. Y sí, claro, de cada 10 episodios entre orgías púberes, comas etílicos y violaciones consentidas introducen un episodio especial en el que, de repente (hasta el violador, oiga) todos están súperconcienciados y usan condón hasta para ir a un baño público. Insuficiente, en mi opinión. Tengo varios conocidos/amigos a los que les he escuchado la barbaridad de que se han acostado con alguien sin usar protección porque la chica en cuestión tomaba la píldora. Y no hablo de conocidos/amigos quinceañeros precisamente. Almas de cántaro: ¿sabéis todo lo que podéis pillar? Cuando les he respondido esto y les he aconsejado, en caso de que sean relaciones estables, que tanto ellos como sus parejas se hagan analíticas de ETS, me han puesto el grito en el cielo: "¡Como si mi maromo fuera un putero!", "Illa, ¿me estás diciendo que Menganita ha sido un poco guarra antes de estar conmigo?". ¡Que no, copón! Que no hay que ser un putón verbenero para padecer algún tipo de enfermedad de transmisión sexual. Y que por muy limpitos y sanos que seamos todos, no conocemos los hábitos ni el pasado de cada persona con la que ha mantenido relaciones nuestra pareja. Y si me alegan que el pedir lo de la analítica al novio/a es una muestra de desconfianza, mal vamos: ¿desconfianza por querer hacer las cosas bien? El día que yo vuelva a tener pareja estable (seguramente esto será el día en el que se acaba el mundo según los mayas) y éste me pida eso, lo haré tranquilamente (sobre todo sabiendo que soy un poco guarrilla)

 En fin, amigüitos lectores que, como yo, habéis hecho un "breve" descanso de vuestras tareas para leerme, concluyo esta entrada diciendo que, en mi opinión, la base de todo es la comunicación y el permitir expresarnos libremente, siempre sin hacer daño y teniendo en cuenta y respetando las opiniones del otro. Si las cosas se hablaran cuando deben hablarse, todos gozaríamos de una mejor salud mental, sexual y tendríamos la piel radiante (y por las mañanas estaríamos de un dicharachero que ni los del anuncio de All-Bran).

Besitos, abrazos y palmaditas en el culo.